Un poco de mi túnel...

lunes, 1 de agosto de 2011

XXXVI

"...en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío."
 
Fue una espera interminable. No sé cuánto tiempo pasó en los relojes, de ese tiempo anónimo y universal de los relojes, que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, a la espera de una muerte. Pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo donde María y yo estábamos frente a frente contemplándonos estáticamente, y otras veces volvía a ser río y nos arrastraba como en un sueño a tiempos de infancia y yo la veía correr desenfrenadamente en su caballo, con los cabellos al viento y los ojos alucinados, y yo me veía en mi pueblo del sur, en mi pieza de enfermo, con la cara pegada al vidrio de la ventana, mirando la nieve con ojos también alucinados. Y era como si los dos hubiéramos estado viviendo en pasadizos o túneles paralelos, sin saber que íbamos el uno al lado del otro, como almas semejantes en tiempos semejantes, para encontrarnos al fin de esos pasadizos, delante de una escena pintada por mí, como clave destinada a ella sola, como un secreto anuncio de que ya estaba yo allí y que los pasadizos se habían por fin unido y que la hora del encuentro había llegado.

¡La hora del encuentro había llegado! Pero ¿realmente los pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían comunicado? ¡Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! No, los pasadizos seguían paralelos como antes, aunque ahora el muro que los separaba fuera como un muro de vidrio y yo pudiese verla a María como una figura silenciosa e intocable... No, ni siquiera ese muro era siempre así: a veces volvía a ser de piedra negra y entonces yo no sabía qué pasaba del otro lado, qué era de ella en esos intervalos anónimos, qué extraños sucesos acontecían; y hasta pensaba que en esos momentos su rostro cambiaba y que una mueca de burla lo deformaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia de los pasadizos era una ridícula invención o creencia mía y que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces, mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad. Y a veces sucedía que cuando yo pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperándome muda y ansiosa (¿por qué esperándome? ¿y por qué muda y ansiosa?); pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de este pobre ser encajonado, y entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo lejos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en absoluto y la imaginaba en lugares inaccesibles o torpes. Y entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado.

Ernesto Sabato. El Túnel.

martes, 26 de julio de 2011

Una Historia que Comienza (fragmento 2)

"Desde el silencio a que retorno, desde las sombras de las cuales no salí nunca para ti, yo que no habité, no habitaré nunca tu camino, que no conoceré nunca el son de tu voz, tus risas, ni miraré tus lágrimas, que no seré nunca una imagen en tu retina ni un pensamiento en tu alma, pero que te he conocido en un instante tan plenamente como si fueras una obra de mi deseo, yo que no creo en la muerte de los que aman, ni en la vida de los que no aman, te digo lo que no me oirás nunca, y que ya sabes: que es imposible que no seas feliz. Y, sin embargo, nos encontraremos; no aquí en la fantasmagoría terrena, sino en la eternidad del yo indestructible, continuo y consciente de su eterna continuidad pasada y a transcurrir. ¡Nos hemos conocido y amado, cuántas veces!"

Macedonio Fernández. 1940. 

Una Historia que Comienza (fragmento 1)

"Puedo asegurar que estoy tan triste mientras escribo encerrado en habitación inadornada, sin nada que llame o acompañe, en esta pieza que nada me dice, solitario a estas horas del anteamanecer en que todo habla de extenuación, de la vida en muerte, del deseo cansado de no volver a la vida, de haber concluido, que siento miedo de saber que tengo un nombre, que soy humano y existo. ¡Qué soledad terrible! ¿Qué estas, Vida, tejiendo conmigo que tanto seguí y te comprendo? Y tú, dulce criatura, pecho de todo amor, dolorida juventud, flor sin sol, niña que ya dejó sin sueños la vida, incomprendida por los malos, inadvertida por los buenos atareados, ¡qué soledad valerosa la tuya, Adriana, que no tienes siquiera la pluma para envanecerte de quejas como yo en mis cobardías! ¡Adónde voy cayendo! Mis páginas serán siempre veraces. No habrá una de ellas sin el nombre de Adriana, que es mi verdad, sin mi sufrir, que no puedo vencer, sin las fábulas forzadas con que procuro defenderme, hacerme querer de la Vida optimista. En esta desierta hora y abandono, tan débil, tan vencido soy que estoy escondiéndome de todo, porque cualquier cosa que me tocara, una mariposa que volara, un papel que cayera al suelo me derrotaría; si sólo viera escrito mi nombre en algún sobre... ¡Si es sólo el temor de caer más, solo aquí, que me contiene! ¿Hubiera imaginado yo ir cayendo así desde hace tres años, a esta tenuidad, a esta nada de cosa humana tan exangüe que el saber que tengo un nombre entre los sueños y los vivires es un miedo para mí..."

Macedonio Fernández. 1940.

lunes, 25 de julio de 2011

¡Maldito azar!

 ¡Maldito azar! Jamás maldije de ti cuando aparecías y te maldigo ahora en que te ocultas. ¿O se trata de una nueva invención tuya, inconcebible ser, estéril fuente de todo, único superviviente de aquel tiempo en que la necesidad dio a luz la libertad y la libertad fue tan insensata que volvió al seno materno?

¡Maldito azar! ¡Tú, mi único amigo íntimo, único ser al que creía digno de confianza, de mi alianza y de mi enemistad, siempre inestable y siempre igual a ti mismo, siempre incomprensible, eterno enigma!

Tú, al que quiero con toda la simpatía de mi alma, sobre cuya imagen me he formado y he ido perfeccionándome a mí mismo, ¿por qué no te muestras? Yo no mendigo, no te suplico humildemente, para que te manifiestes de una y otra manera, porque en semejante adoración ibas a encontrar una forma de idolatría y no te gusta a ti la idolatría; en cambio, yo te invito a la lucha. ¿Por qué no acudes? ¿O es que se ha aplacado la inquietud del universo, se resolvió acaso el enigma o es que te precipitaste en el abismo de la eternidad? ¡Terrible pensamiento! En tal caso, el mundo del aburrimiento debería detenerse...

¡Maldito azar! Te aguardo. No deseo vencer con máximas ni con lo que los locos llaman carácter. No, yo deseo poetizarte. No deseo ser poeta para los demás; descúbrete y yo seré tu poeta... Luego, podré nutrirme de mi propia poesía, que será mi único alimento.

¿O es que me juzgas indigno? Voy a consagrarme a tu servicio, igual que las bayaderas bailan en honor de su dios. Ligero, con mínima vestimenta, desarmado, renuncio a todo. Nada poseo y nada quiero poseer, a nada amo y por eso nada tengo que perder y así me hice más digno de ti, de ti que tanto te cansaste, en el dilatado tiempo, de robar a los seres humanos aquello que aman, harto de sus cobardes suspiros, de sus rezos interesados. Sorpréndeme, pues estoy preparado...

Pero haz que la vea, muéstrame una posibilidad que ya me parece imposible, indícamela aunque sea entre sombras del Averno, que yo la sacaré hasta aquí arriba; haz, si quieres, que me odie, que me desprecie, que sea indiferente para conmigo, que ame a otro... Yo no temo. Pero agita las aguas estancadas, quiebra la quietud; dejarme morir de inanición de esta manera es algo miserable, que cometes tú al que creía más fuerte que yo...

Sören Kierkeggard. Diario de un Seductor.
 

jueves, 14 de julio de 2011

Ausencia de Dios

 

Digamos que te alejas definitivamente
hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio,
en realidad la única constante de tu espacio,
quedará para siempre en mí, doliente,
persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mí tu corazón inerte y sustancial,
tu corazón de una promesa única
en mí que estoy enteramente solo sobreviviéndote.

Después de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia
ni que me atreva a preguntar si cabes
como siempre en una palabra.

Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche
desgarradoramente idéntica a las otras
que repetí buscándote, rodeándote.
Hay solamente un eco irremediable
de mi voz como niño, esa que no sabía.

Ahora qué miedo inútil, qué vergüenza
no tener oración para morder,
no tener fe para clavar las uñas,
no tener nada más que la noche,
saber que Dios se muere, se resbala,
que Dios retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla,
como un campanario atrozmente en ruinas
que desandará siglos de ceniza.

Es tarde. Sin embargo yo daría
todos los juramentos y las lluvias,
las paredes con insultos y mimos,
las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener corazón en mí,
tu corazón inevitable y doloroso
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.

Mario Benedetti
 

martes, 21 de junio de 2011

Hay un Morir


No me lleves a sombras de la muerte
Adonde se hará sombra mi vida,
Donde sólo se vive el haber sido.
No quiero el vivir del recuerdo.
Dame otros días como éstos de la vida.
Oh no tan pronto hagas
De mí un ausente
Y el ausente de mí.
¡Que no te lleves mi Hoy!
Quisiera estarme todavía en mí.

Hay un morir si de unos ojos
Se voltea la mirada de amor
Y queda sólo el mirar del vivir.
Es el mirar de sombras de la Muerte.
No es Muerte la libadora de mejillas,
Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes.

Macedonio Fernández

domingo, 12 de junio de 2011

He escrito tantas veces su nombre dentro...



Ana: Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande, y eso que las he tenido de muchas clases. Sí, podría contar mi vida uniendo casualidades.

Otto: Es bueno que las vidas tengan varios círculos, pero la mía, mi vida, sólo ha dado la vuelta una vez, y no del todo. Falta lo más importante. He escrito tantas veces su nombre dentro... Y aquí, ahora mismo, no puedo cerrar nada. Estoy solo.

Los Amantes del Círculo Polar (1998).

sábado, 4 de junio de 2011

El mundo es un Almismo

El campo fenomenal que llamamos Mundo, Ser, Realidad, Experiencia, es uno solo y por tanto indenominable: el de "lo sentido" le llamaremos todavía, ni externo ni interno, ni psíquico ni material. Nada que no ocurra para mí, en mi sensibilidad, no ocurre de ningún modo ni en campos psíquicos (otras almas supuestas), ni en el campo supuesto material; la manzana que no veo, toco, huelo, saboreo, no existe; y cuando existe, es decir, cuando la toco, etc., sólo existe la sensación táctil, térmica, etc., que yo siento; es decir, que "se siente" meramente, que "es" estrictamente, pues no habiendo más ser que lo sentido, esta modalidad es indenominable, no es modalidad, es "indecible", porque nombrar es separar, discernir de otra cosa, y no hay "otra cosa" de lo sentido. Las inadecuaciones verbales en que acabo de incurrir e incurriré y que en todas las lecturas de metafísica tropezamos, es una dolencia de la comunicación de ideas, no de su gestión mental, pues en primer término la palabra es instrumento de comunicación y no de pensamiento; se piensa con percepciones e imágenes, se comunica esto con palabras, es decir, se suscitan estas mismas imágenes en otro; en segundo término, en su único uso posible, la comunicación puede usarse con inadecuación para aludir y refutarlas, a otras inadecuaciones verbales que hay ya en la mente del lector o interlocutor. No hay ninguna imagen o percepción propia, exclusiva, como contenido de la palabra materia, y de las palabras tiempo, espacio, yo, substancia, noúmeno. Eso es lo que quiero decir cuando los niego; niego como contenido privativo de esas palabras ninguna imagen; pero no necesito negarlos en sí —sino sólo como contenido de tal o cual palabra— porque la existencia, el ser, no es negable, dado que de nada puedo hablar o pensar si no es existencia, estado, y no es existencia lo que nunca estuvo en mi sensibilidad como imagen o afección. Tal ocurre al Yo, Materia, Tiempo y Espacio. El Yo, Materia, Tiempo, Espacio, son los faltantes en el Mundo: el genio gramatical puede sustantivarlos así con un vocablo que precisamente los niega como substancias y como fenómenos.


Las imágenes de un sueño son tan nítidas y vivas como las de vigilia o de supuesta causa externa; el interés y emociones y agitación fisiológica percibida por un tercero son iguales a las de la vigilia. Nadie insiste en las alegadas diferencias de estas calidades. Quedarían dos diferencias, quizá, a examinar: que el ensueño se regiría por la ley de asociación de las ideas, y que las escenas de un sueño no tienen efectos ni sobre las de la realidad ni sobre las de otros ensueños.


Pero ante todo declárese que si se reconoce la evidencia de que las imágenes de un ensueño tienen nitidez y vivacidad igual a las del vivir, si además tienen relaciones del tipo espacial, de sucesión temporal y duración iguales, y luego que provocan estados emocionales (y fisiológicos: esto ya es calificación externa que aquí está en tela de juicio); si se nota, además, que los estados de la vigilia son, en su mayor porción, más débiles y menos emocionantes que los del ensueño (que casi siempre son acompañados de angustias, terrores o alegrías profundas, en tanto que el cotidiano vivir es en su casi totalidad lánguido y débil, inimportante) y, en fin, que las emociones y aun actitudes del ensueño se perciben en sus efectos en la vigilia (si bien no así las imágenes: los leones, las monedas, las bellas mujeres del ensueño se desvanecen con él), toda la gravedad de una diferencia como la que suponemos entre realidad y ensueño desaparece. Mejor dicho, basta la igual vivacidad de las imágenes y emociones del ensueño frente a las de la realidad para que nuestra vida pudiera, sin ceder en importancia y seriedad, ser toda hecha de ensueño.
 
No toda es vigilia la de los ojos abiertos. Macedonio Fernandez.